Es curiosa la relación de amor-odio que mantenemos con el azúcar. No podemos o no queremos pasar sin ella, pero al mismo tiempo quienes somos conscientes de sus riesgos sufrimos cargo de conciencia cada vez que la tomamos, sabiendo que estamos perjudicando nuestro organismo pero al mismo tiempo disfrutando de un placer, culpable, sí, pero que no deja de ser un placer o que incluso nos hace más dichosos por ser en cierto modo prohibido.

Bien. Lo primero es aclararnos. Pongamos las cosas en su sitio. Vamos a partir de un hecho irrefutable: necesitamos energía para que nuestro cuerpo funcione todos los días, y esa energía proviene fundamentalmente del azúcar. Esto quiere decir que no podemos ni debemos evitarlo.

Pero, ¡ojo! El término azúcar es muy genérico. Con frecuencia lo usamos para hablar de lo que en realidad son varias cosas. Algunas de ellas nocivas para la salud, y otras que no sólo son muy buenas, sino necesarias. Así que al hablar de azúcar estamos empleando una misma palabra para englobar diferentes sustancias con moléculas que no se parecen entre sí.

El azúcar malo

Básicamente, cuando hablamos de si el azúcar es bueno o malo, así en general, es como si por ejemplo nos preguntáramos si los animales son peligrosos. Todos sin distinción. Del mismo modo que hay muchas especies de animales y tendríamos que especificar sobre cuál queremos conocer su nivel de peligrosidad, pasa algo parecido con el azúcar: todo va a depender de la clase a la que nos estemos refiriendo.

La palabra con la que nombramos el azúcar sintético o de mesa es sacarosa. Estamos hablando del azúcar que ponemos en el café, en la leche o incluso en la tostada untada con aceite de oliva con la que desayunamos cada mañana. También es el que se encuentra en pasteles y bollería, refrescos y helados.

Este azúcar no lo necesitamos. Biológicamente no nos sirve. Nuestro organismo no hace nada útil con él, así que directamente lo ideal es evitarlo. De hecho, su consumo diario ya sabemos que está asociado con la obesidad, la diabetes y diversas enfermedades cardiovasculares.

Quizás no sepas que una persona consume, de media, unos 100 gramos de azúcares refinados al día, ya sea conscientemente o sin saberlo, al ingerirlo mediante los alimentos procesados y precocinados, que cada vez contienen más de esta sustancia porque ayuda a conservarlos.

¿Existe un azúcar bueno?

La respuesta es sí. Y se llama glucosa, con la que la sacarosa no tiene nada que ver, y que es ni más ni menos que una sustancia vital que circula en nuestra sangre y que es imprescindible para el cuerpo humano. Estamos hablando de moléculas con estructuras completamente diferentes y, por tanto, con efectos diametralmente opuestos sobre nuestro organismo.

Este azúcar sí que nos hace falta a diario. La sacarosa está en la fruta. Y la buena noticia es que no es dañina ni engorda. Por más dulce que esté una fruta no hay riesgo alguno de ganar peso ni para nuestra salud, porque estamos ingiriendo la misma sustancia que ya existe en nuestro cuerpo y que por tanto necesitamos de manera diaria. Es azúcar, sí, pero de un tipo y calidad completamente distintos a los del azúcar de mesa o sacarosa.

También la encontramos en la miel de abejas natural, que contiene nutrientes como fósforo, potasio, antioxidantes y vitamina B, o en los dátiles, que tienen vitaminas A, C, B1, B2, B3, fibra, diversas proteínas, calcio, zinc, magnesio y manganeso.

Así que ya sabes: el placer no tiene por qué estar relacionado con perjudicar a nuestro organismo. Basta con saber elegir con qué queremos endulzarnos la vida cada día.

Pin It on Pinterest

Share This